En una industria donde el origen muchas veces queda invisibilizado detrás de una etiqueta bonita, la tostaduría de Gabriel Villalobos y Yesenia Alcántara ha decidido hacer las cosas distintas. Su proyecto, aún joven pero de base sólida, se construye sobre un principio claro: la trazabilidad no es un plus, es el cimiento.
Todo comenzó cuando el tío de Yesenia, vinculado a una ONG, les habló de las mujeres caficultoras de Chirinos, en Cajamarca, que buscaban reemplazar cultivos de coca por café. Un viaje a la zona bastó para que ambos se conectaran con ese entorno humano y productivo. Hoy, su microempresa trabaja con 8 orígenes distintos por cosecha, incluyendo Cajamarca, Cusco, San Martín, Amazonas y Pasco, y se han especializado en cafés de especialidad con puntajes entre 84 y 89 puntos.
Pronto llegan cafés de Piura y Puno.

Cada bolsa de café es acompañado de datos clave: nombre del productor, variedad, proceso y puntaje. “El productor es la base. Sin ellos, nosotros no existimos como tostadores”, afirma Gabriel.
Han participado en ferias, venden sus cafés a través de su web y canales directos como WhatsApp, así como en espacios como Grau Coffee To Go. También han ofrecido catas abiertas al público, tanto en Lima como en Cajamarca, buscando construir una relación transparente y sensorial con el consumidor. En sus bolsas limpias y minimalistas buscan transmitir paz y claridad, sin recargar con información innecesaria.
Aunque los precios internacionales del café han hecho que hablar de rentabilidad sea un reto, Gabriel y Yesenia creen que el camino es el de la comunicación directa con las fincas y la educación del consumidor. Para ellos, cada lote tostado no es solo un producto: es una historia que conecta fincas remotas con paladares curiosos. “Cuando un caficultor ve cómo llega su café tostado y presentado con su nombre, algo cambia. Y cuando el cliente lo prueba, también”.
Nosotros no solo visitamos la tostaduría. Probamos diversos cafés, hicimos métodos y una charla inspirador.